Yo defendiendo a Mercedes Milá. No lo habría creído hace unos meses. Yo defendiendo a Mercedes Milá haciendo un programa de televisión sobre libros, ¡sobre libros!, en el mismo grupo mediático en el que ha presentado Gran Hermano durante 15 ediciones. Eso aún me habría parecido más surrealista, seguramente porque, por una razón generacional, no conocí la etapa de la periodista como entrevistadora. Solo la recordaba vistiendo trajes estridentes, peinados agradecidos de por vida a la laca, improvisaciones poco disimuladas y debates estrambóticos con los concursantes de su experimento sociológico televisado, cuyos resultados para la ciencia aún estamos esperando ver publicados. Y pese a estos antecedentes, ahora tengo que reconocer el buen trabajo de la presentadora para promocionar la lectura cercana, inclusiva y desacomplejada en su programa Convénzeme.
El funcionamiento del programa, que se encuentra en su segunda temporada, es sencillo: lectores de todas las edades y profesiones tienen que convencer a Mercedes Milá de que lea un libro (Z verde) y de que lo descarte (Z roja). Esta segunda temporada se diferencia de la primera por la creación de programas temáticos (best-sellers, novela policíaca, Sant Jordi…) y porque el equipo de producción se traslada a otras librerías además de la omnipresente +Bernat, de la que es propietaria Milá.
Convénzeme tiene todos los errores que le queramos encontrar: se frota las manos con codicia cuando encuentra historias personales duras de los lectores (y entonces Mercedes lo relaciona con habilidad con el contenido del programa preguntando: ¿Cómo te ayudaron los libros a salir adelante?), tiene una factura casera que nada tiene que ver con otras producciones de la cadena y es un espot de media hora semanal de la librería de Milá y, la temporada pasada, también de Cacaolat, presente en las tazas amarillas y marrones de los participantes.
Todo eso es cierto y, pese a ello, Convénzeme es un programa necesario para recuperar el interés lector en personas que lo empezaron a perder en las lecturas obligatorias (más eficaces que las lecturas prohibidas en la tarea de ahuyentar lectores) y que lo desterraron del todo cuando tenían que forrar con papel de periódico los libros que les interesaban, porque los guardianes de la literatura los consideraban poco menos que basura.
Una de las críticas que ha recibido el programa de Mercedes Milá es que da la voz, y el protagonismo casi exclusivo, a lectores cuyo bagaje no está demostrado. Dicho de otro modo, el programa desacraliza la literatura y se cree aquello de que todos podemos enriquecernos con la lectura, aunque no sepamos de realismo ruso o de jarchas.
Siempre se ha considerado el boca a boca el mejor promotor literario. Aquí los recomendadores son empresarios, pensionistas, estudiantes, policías, famosos (profesión en la era de Narciso), periodistas o profesores. Son nuestros vecinos, padres y compañeros de trabajo, aquellos a quienes pedimos consejo cuando andamos perdidos para elegir la próxima lectura. Por eso, la diversidad y sencillez de los influenciadores elegidos es uno de los principales aciertos de Convénzeme.
Otra crítica arrojada al programa me genera aún más dudas. Viene a decir que, para un programa que hay sobre literatura, es indignante que tenga el sello de Telecinco: es decir, que mercadee con las miserias humanas para llenar de amarillismo nuestras pantallas, en vez de dar la voz a los autores o los editores, que ya sufren un silencio mediático crónico. Criticar a Convénzeme por ser el único programa literario en la televisión privada española me recuerda a mi etapa de bachillerato, cuando la mitad de mi grupo hizo pellas en una soporífera clase de inglés después de comer. Los que sí habíamos ido a clase nos llevamos una bronca de las gordas porque nuestros compañeros habían faltado. Pagaron justos por pecadores.
Respecto al tono amarillista, es un hecho, pero es una gran noticia que la literatura esté también ahí. Que salga con vida de las bibliotecas y librerías y viaje en metro, se venda en los centros comerciales y esté representada, también, en la televisión comercial. Que Belén Esteban, Jorge Javier Vázquez o Torito publiquen un libro es una buena noticia para el sector editorial. También para la diversidad literaria. Amplían la oferta. Abren el mercado a un público a quien quizás no le interesa la magdalena de Proust o los cien solitarios años de Gabriel García Márquez (o quizás sí), pero para quien también hay un libro que le está esperando con las páginas abiertas.
Según el Informe de la Lectura 2017 de la Federación Española de Gremios de Editores, el 47,2% de los ciudadanos son lectores frecuentes (leen al menos una vez por semana) y cuatro de cada diez ha leído, como mínimo, un libro en el último año. ¿Alguien cree realmente que llegaríamos a estos índices de lectura si excluyéramos la aportación de los autores mediáticos?
En este sentido, un programa como el de Mercedes Milá en el que un recomendador puede cargarse El Quijote o La Biblia y otro puede elogiar un manual de autoayuda que le cambió la vida, ayuda a aumentar el número de lectores y a diversificar. A que todos nos quitemos complejos y lastres. Convénzeme convive, por ejemplo, con el programa literario Página 2 (La2), con El ojo crítico (RNE), con Punt de Llibre (Radio Barcelona) y con otros pocos espacios especializados (más radiofónicos que televisivos) que, desde puntos de vista diversos, se acercan a la literatura.
Creo que detrás de las críticas al programa de Mercedes Milá se encuentra el debate eterno sobre qué es literatura y qué no. ¿Todo volumen impreso con una historia o un ensayo es literatura? ¿Aunque esté llena de lugares comunes, tramas enlatadas y ninguna trascendencia?
La literatura tiene a veces un cierto revestimiento purista y elitista. Quizás si trasladamos el debate a otros productos artísticos sea más sencillo llegar a una conclusión: ¿una mala película con mucha acción y poco argumento es cine? ¿Una canción sustentada en un estribillo repetitivo y manido es música? Quizás sean mal cine o mala música (como si alguien tuviera la regla para medir la calidad de la cultura), pero no dejan de ser una cosa y la otra, ya que utilizan el mismo lenguaje y los mismos recursos que una película y una canción encumbradas por la crítica. Posiblemente ese mal cine o mala música cumplan su objetivo, que puede ser, por qué no, entretener a un nicho específico. ¿Por qué nos cuesta tanto en literatura acoger los best-sellers y los autores franquicia, incluso los «malos» libros, como una opción más para quien la quiera tomar?
Es interesante la reflexión que hacía Umberto Eco en el tratado Apocalípticos e integrados sobre los medios de comunicación masivos y la cultura popular, aunque ahora ya podamos hablar de una etapa posterior basada en la personalización mediante redes sociales y servicios a la carta.
Umberto Eco decía de los apocalípticos:
“Si la cultura es un hecho aristocrático, cultivo celoso, asiduo y solitario de una interioridad refinada que se opone a la vulgaridad de la muchedumbre (Heráclito: «¿Por qué queréis arrastrarme a todas partes oh ignorantes?. Yo no he escrito para vosotros, sino para quien pueda comprenderme. Para mí, uno vale por cien mil, y nada la multitud»), la mera idea de una cultura compartida por todos, producida de modo que se adapte a todos, y elaborada a medida de todos, es un contrasentido monstruoso. La cultura de masas es la anticultura».
Y en el otro lado de la moneda presentaba la visión más optimista y práctica de los integrados:
«Dado que la televisión, los periódicos, la radio, el cine, las historietas, la novela popular y el Reader’s Digest ponen hoy en día los bienes culturales a disposición de todos, haciendo amable y liviana la absorción de nociones y la recepción de información, estamos viviendo una época de ampliación del campo cultural, en que se realiza finalmente a un nivel extenso, con el concurso de los mejores, la circulación de un arte y una cultura «popular». Que esta cultura surja de lo bajo o sea confeccionada desde arriba para consumidores indefensos, es un problema que el integrado no se plantea. En parte es así porque, mientras los apocalípticos sobreviven precisamente elaborando teorías sobre la decadencia, los integrados raramente teorizan, sino que prefieren actuar, producir, emitir cotidianamente sus mensajes a todos los niveles».
¿Os consideráis apocalípticos o integrados? El debate da bastante de sí, así que estaré encantado de recibir vuestras aportaciones. Hasta entonces, disfrutemos (todos) de la literatura que más nos apetezca.
Guillem says
Interesante debate el que aquí se plantea. Admito que no he visto el programa ‘Convénzeme’, así que no puedo opinar sobre él. Pero en relación a la pregunta ‘¿qué es y qué no es literatura?’ creo que la respuesta depende de qué entendemos por ‘literatura’: ¿Es un mero pasatiempo? ¿Tan solo una distracción? ¿O su razón de ser va más allá del puro entretenimiento? Es cierto que hoy en día impera en nuestra sociedad una cultura hecha para las masas siguiendo una lógica industrial donde a menudo prima más la cantidad que la calidad. Esto afecta tanto a la literatura como también a la música y el cine. Personalmente no tengo nada en contra los best-sellers, pero pienso que hay libros que aportan mucho más que otros porque huyen de lo simple y lo trivial y nos descubren nuevos horizontes. Para mí ese es el único y verdadero sentido de la literatura y de la cultura en general.
admin says
Hola, Guillem. Muchas gracias por compartir tu punto de vista. Estoy muy de acuerdo en que es más enriquecedor pedirle a la literatura algo más que puro entretenimiento. Sobre la producción cultural en masa, creo que es cierto que se prima la cantidad. Pero si algo tiene de positivo es, seguramente, que hay mucho donde elegir y todos podemos sentirnos a gusto en nuestro ámbito. Gracias por tu comentario, Guillem! 🙂