Para una generación como la nuestra, que intenta conciliar su pasado físico con el porvenir digital, el libro se ha convertido en un artefacto misterioso. Lo consumimos menos que hace unos años porque han surgido atractivas alternativas de lectura y de consumo cultural, pero precisamente porque es menos común, este artefacto lleno de historias se ha vuelto más venerado. Lo hemos idealizado. Me di cuenta de esto frente a La Librería de Isabel Coixet.
No es casualidad que la cinta de Isabel Coixet se estrenara el 10 de noviembre, Día Mundial de las Librerías. Es un sector sobre el que existe la sombra de la extinción desde que la crisis económica se confabulara con la crisis de los objetos físicos. Al parecer, los libros están saliendo de la unidad de cuidados intensivos. Según el informe de la Federación de Gremios de Editores de España, en 2016 las ventas aumentaron por tercer año consecutivo, aunque solo lo hicieron un 2,6% (lejos de las pérdidas en la época más dura de la crisis).
La Librería es encantadora en su sencillez. Habla del nimio e inocente sueño de una viuda de guerra (Emily Mortimer) de abrir una librería en Suffolk, un pueblecito conservador e iletrado de la costa inglesa. Contará con el apoyo de una niña con nulo interés por la lectura, y de un hombre solitario y desencantado del ser humano (Bill Nighy), que deja pasar los días encerrado entre libros en su mansión. Sin embargo, la principal cacique del pueblo (Patricia Clarks) está dispuesta a hacer lo que sea, incluso a modificar las leyes, con tal de quedarse con el destartalado edificio que alberga la librería.
La trama en sí parece vulgar y anecdótica. La relación de amor entre los protagonistas resulta precipitada. Las argucias legales y cotidianas para acabar con el sueño de una mujer que quiere tener una librería no son el argumento más emocionante que se haya proyectado en una pantalla. Donde creo que está la magia de la película es, precisamente, en el hecho de soñar y en la insistencia de la protagonista para hacer su sueño realidad.
Qué más da si el sueño es abrir una librería, dar la vuelta al mundo, llegar al poder o encontrar trabajo como funambulista. Lo que hace al héroe es su coraje. Lo que nos gusta de las historias es la resistencia a la derrota. Como vemos en La Librería, perseguir un sueño es una determinación que, más allá del éxito o del fracaso, señala el camino para los futuros soñadores. Es inspirador.
El otro gran atractivo de la película son, cómo no, los libros. Por La Librería campan Ray Bradbury, Nabokov y su Lolita, las Hermanas Brontë… En ocasiones, te parece oler sus libros y desearías ser tú el que rompiera el sugerente envoltorio de papel pinocho que te separa del placer de saborearlos.
Es entonces cuando aceptas que el ebook no tiene nada que hacer. En términos objetivos, es un producto perfecto que supera con creces al libro. Es más práctico, manejable y productivo, y puede incluir un número casi infinito de páginas. Y, sin embargo, está condenado a la derrota como tantos otros inventos geniales que no tuvieron el factor emocional a su favor.
Durante los últimos años, he compaginado la lectura tradicional con los libros electrónicos. Sin haberlo planificado, poco a poco mi lector de ebooks ha quedado relegado para los libros prácticos sobre escritura, emprendeduría, marketing y motivación.
En cambio, cuando se trata de abandonarse al placer de leer, cuando uno quiere perder la noción del tiempo con unos personajes que parecen creados para decirnos algo vital a cada uno de nosotros en concreto, el papel no tiene rival. El libro se erige entonces como un objeto fetiche. Erótico.
Su sencillez nos ayuda a centrarnos, a dar importancia a las cosas. La sobreabundancia del mundo digital nos infoxica y nos deja náufragos y ebrios del todo por el todo.
Es solo papel. Son solo letras abrazadas en palabras. Y, sin embargo, los libros son pequeñas porciones de infinito.
(Cartel de la pel·lícula ‘La Librería’: De José Maisterra – Green Films AIE, Diagonal TV, S.A.U. & A Contracorriente Films, S.L., CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=63999776).
Bastante de acuerdo con el post y muy bien escrito, por cierto. La historia es sencilla, bella, incluso diría que simple por lo cotidiana. Pero el factor libros y esa lucha por conseguir lo que uno quiere puede que sean los grandes atractivos tanto del film como de la novela, que también vale mucho la pena. Puede que discrepe con lo de los ebooks. Soy una gran amante de los libros de papel, tanto es así que durante años he sido reacia a comprarme un ebook. Pero al final he caído. Y tengo que reconocerle sus ventajas, que las tiene. Yo creo que, a diferencia de otras tecnologías, tanto el libro de papel como el digital (al menos por ahora) estan destinados a convivir pacíficamente porque la mayoría de los que leemos amamos el papel. El tiempo dirá, así como las nuevas generaciones. Le veo ventajas, por ejemplo, en que en algunos centros escolares ya no tengan que ir los niños cargando peso con tanto libro. O en mi caso es una solución a los problemas de espacio. Sí, ya no me caben más estantes en casa. También dentro de poco voy a tener que coger un vuelo de 13h. El ebook es fantástico para esto. Uno ya no tiene porqué tener que cargar tres o cuatro libros en la maleta que si luego no me gustan no tengo más alternativa. En el ebook eso de almacenar libros a montones tiene su gracia. Aunque como objeto en sí, el libro de papel, sí, es perfecto y más emocional. Buen post 🙂
Hola, Caterina! Muchas gracias por tu interesante comentario. Me quedo con tu reflexión sobre la convivencia pacífica entre ebook y papel, porque, pese a la practicidad y comodidad absoluta del ebook, los lectores no dejamos de ser unos románticos 🙂 Un abrazo