La Laguna de Guatavita es un pequeño y recóndito tesoro ubicado a 50 kilómetros de Bogotá, en la cordillera oriental de los Andes. Es un lugar mágico, misterioso, inalcanzable y rodeado de montañas que hacen de anfiteatro natural, formando un círculo casi perfecto. Es como un ojo de color verde esmeralda que mira al pasado. Su agua, que se tiñe de color café cuando las lluvias remueven la tierra, esconde en sus profundidades el fin de una era. La Laguna de Guatavita inunda el legendario reino de El Dorado.
Cuenta la leyenda que un cacique muisca llamado Sua se unió en matrimonio con una hermosa mujer, Bengala, y tuvieron una hija. Pero Bengala estaba enamorada del joven guerrero Tominé y se veía con él en secreto. Cuando el cacique descubrió la infidelidad, ordenó ejecutar a Tominé. Entonces Bengala y su hija se dirigieron al centro de la Laguna de Guatavita y se arrojaron al agua. Al no encontrarlas en ningún lado, el cacique ordenó a sus mejores nadadores que buscaran en todo el lago. Éstos aseguraron que habían visto a las dos mujeres en el fondo de la laguna, protegidas por una serpiente. A partir de ese día, el cacique, profundamente arrepentido, arrojaría las mejores esmeraldas y joyas doradas al centro de la laguna para pedir el favor de los dioses.
Más allá de los mitos, lo cierto es que la Laguna de Guatavita era el escenario en el que los muiscas celebraban la ceremonia de investidura de su cacique. El jefe se elegía después de nueve años de preparación con un chamán y de que aguantara una noche con nueve chicas desnudas sin tocarlas. El día de la investidura, los muiscas y otros pueblos indígenas se acercaban al lugar sagrado cargados con piezas doradas de orfebrería que lanzaban a la orilla del lago como ofrenda a los dioses de la naturaleza. En especial, al dios del Agua. Mientras tanto, el nuevo cacique se dirigía al centro de la laguna en una balsa de juncos adornada con oro y esmeraldas que también ofrecería a los dioses. La minúscula y valiosa Balsa Muisca que se puede ver hoy en día en el Museo del Oro de Bogotá recuerda estas liturgias precolombinas.
Por qué tirar valiosas piezas de oro al fondo de un lago, nos podemos preguntar extrañados en una sociedad tan materialista como la nuestra. Para los indígenas, el agua era un elemento sagrado y mágico. Tenía el valiosísimo poder de alargar la vida. Al menos, tiene el poder de no acortarla.
Sin embargo, con la llegada de los europeos al continente americano, el sistema de valores cambió drásticamente. El oro pasó a ser más importante que el agua. Diversos exploradores españoles como Gonzalo Giménez de Quesada, fundador de Bogotá, intentaron desaguar la laguna para hacerse con los tesoros que el agua sagrada custodiaba. ¡Habían encontrado El Dorado! Incluso abrieron un boquete que casi hizo desaparecer la Laguna de Guatavita. Los dioses de la naturaleza habían quedado destronados. El único dios posible en la nueva época era el Dios cristiano.
Por suerte, la laguna sigue hoy viva, escondida entre bosques de páramo. Es un testigo silencioso de antiguas creencias y codicias. Vale la pena detenerse en uno de los miradores desde los que se ven sus aguas de esmeralda o café y cuestionarse qué significa, realmente, el progreso de la humanidad.
Artículo publicado en MundoBonito: http://mundobonito.com/guatavita-la-laguna-de-la-codicia/
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Pantufla says
Qué interesante!
Robert Sendra says
La verdad es que sí, Pantufla, vale la pena visitarlo si tienes la ocasión. Gracias por leer y comentar!! 🙂